Sobre una toalla marrón cuidadosamente colocada en la arena caliente de una playa desierta, una mujer yace absorta en la novela que sostiene entre sus manos. De fondo, escucha como las olas rompen contra la orilla y las gaviotas buscan una presa de la que alimentarse.
Ha escogido esa solitaria zona, con un acceso poco conocido y rodeada de acantilados, para que toda la piel de su cuerpo, ya bastante morena, siga bronceándose bajo el sol del verano. Buscaba estar a salvo de miradas indiscretas que juzgasen el tamaño de sus pechos, o la depilación de su pubis, queriendo conseguir un tono perfecto, que resulte la envidia de todas sus amigas, y que no se vea desvirtuado por las marcas del bikini, que tan poco sexy le parece.
Para el proceso, ha escogido una novela negra de un autor poco conocido. Las palabras escritas en sus páginas la tienen totalmente sumergida, imaginando un mundo oscuro donde un apuesto detective busca a un asesino en serie, que mata a tantas mujeres como el protagonista enamora. Se acerca al desenlace de la trama, pero todavía no sospecha quién es el homicida.
Está boca abajo, con los codos plantados sobre la toalla, la espalda ligeramente arqueada para poder leer mientras juegas con las piernas, con las que dibuja un arco que va desde la arena del suelo, hasta casi tocar sus glúteos.
Aunque no se dé cuenta, por la concentración que pone en el relato, puede oler la protección solar que ha usado para no quemarse, con una característica fragancia a coco. Mientras lee, una gota de sudor ha decidido nacer sobre su frente para morir sobre la arena tras recorrer su cara, pero tampoco eso ha notado, la novela resulta demasiado interesante.
En ella, está intuyendo que el detective y el asesino son la misma persona, y que se dedica a matar a todas las mujeres que irremediablemente quedan prendadas de su belleza. Mientras confirma sus sospechas, descubre cómo toda mujer que conoce el personaje como detective, y con el que terminan en la cama, acaba estrangulada mientras practican sexo.
Una furtiva idea surge en su cabeza. Se imagina siendo ella misma una de las mujeres, seducida por un fornido comisario, del cual se enamorará, y con el que disfrutará como nunca antes ha hecho, pero que terminará por matarla. “Una dulce muerte” piensa ella, pues “¿qué mejor manera de morir que por amor?”
Y mientras fantasea decide darse la vuelta y un escalofrío recorre su cuerpo desnudo, al ver una figura sobre ella. Tan absorta estaba en su lectura, que no lo oyó llegar. Solo puede ver su contorno, no podría decir si se trata de un hombre o una mujer, pues está colocado de manera que el sol la impide ver más. Pero consigue ver como acerca sus manos hacia ella que, sorprendida todavía, no ha conseguido emitir sonido alguno.
Ahora ya es tarde. La figura había rodeado su cuello con las manos y estaba apretando, cada vez más fuerte, mientras pataleaba intentándose zafar de su agresor. Pero nada pudo hacer. Seguía pataleando mientras notaba como la angustia se apoderaba de ella al no poder respirar. Seguía pataleando mientras veía su propio reflejo en las gafas de sol del estrangulador. Seguía pataleando hasta que dejó de hacerlo, y su cabeza ladeó ya sin vida. Si todavía pudiera ver, observaría como una gaviota se hacía con un desprevenido pez a escasos metros de la orilla.
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