La verdad es como el pescado, a más fresca esté más fácil es de digerir. Y, teniendo en cuenta que hoy en día a la gran mayoría nos da asco comernos el pescado crudo, a mejor cocinero seas, mejor sabrá la verdad y más fácil será que nos la comamos.
Si te has de fiar de otros para que te vendan el pescado, tendrás que saber que son de confianza, ya que hay muchos que se las apañan para darte el que no es fresco como si fuera del día. Y es por eso que sólo sabrás si la verdad que coges es realmente fresca si la has pescado tú mismo.
Como todo buen alimento perecedero, pasado un tiempo el pescado se pudre, al igual que la verdad. Poco a poco se va descomponiendo, generando microorganismos a su alrededor que lo deforman, hasta que llega un momento en que ya no sabemos qué era originalmente. Empieza a desprender un olor que se llega a volver nauseabundo y que algunos saben ocultar.
Pero no nos engañemos. Cuando uno descubre ese pescado que lleva oculto mucho tiempo, cuyo olor es repulsivo y por su avanzado estado de descomposición somos incapaces de distinguir qué fue en su día, no solo somos incapaces de comerlo, sino que odiamos a la persona que nos lo ofreció. Y no nos engañemos, lo mismo pasa con la verdad.
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