
Me contó varios
relatos como, por ejemplo, el de una pareja que juró su amor en secreto cerca
de donde yo estaba, pero que murió entre golpes, empujones y caídas cuando sus
familias, que se oponían a su amor, la descubrieron. Me habló de unos amigos
que, tras acabar sus estudios, decidieron emborracharse y probar a saltar desde
su cabeza. También me describió a un antiguo rey que había llevado en barco a
su joven amante para matarla y acallar rumores sobre el malestar de su
matrimonio o la disputa entre dos hermanos que acabó con los dos bajo el agua.
Pese a la muerte
que había en sus historias, su manera de contarlas, casi orgulloso de ellas,
resultaba cautivadora. Durante horas llenó mi cabeza de imágenes de tiempos
pasados y no me di cuenta, ni de que los buceadores hacía rato que se habían
marchado, ni de que había oscurecido ya. El camino por el que había bajado a la
cala era complicado a plena luz del día por las numerosas piedras sueltas y
agujeros.
Me despedí con la
promesa de volver y empecé a caminar. Apenas podía ver dónde pisaba, por lo que
tenía que tener mucho cuidado para no resbalar. Al poco rato empecé a
angustiarme, quería ir más deprisa y salir rápido de allí. Casi resbalé con una
piedra. Se me secaba la boca y se aceleraba mi corazón mientras notaba mi
respiración entrecortada. Al final, muy nervioso, tropecé, me golpeé en varias
partes del cuerpo, y acabé en el fondo de un agujero muy magullado. No podía mover
la pierna izquierda, me dolía mucho, creí que me había roto un hueso. Empecé a
gritar mientras buscaba con las manos algo a lo que agarrarme y salir. Pasaron
las horas. No veía nada, no había luz y no encontraba más que tierra y piedras
a mí alrededor. No sé cuánto tiempo pasó hasta que desistí sumido en la
oscuridad mientras, a lo lejos, escuchaba la risa del gigante de piedra, quien
seguro sonreía al tener una nueva historia que contar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario