miércoles, 18 de julio de 2012

El gigante de piedra


Miraba al mar perdido en mis pensamientos cuando lo descubrí. Estaba frente a mí, inmóvil observando al cielo azul aquella tarde de verano, un gigante de piedra. Asombrado lo observé mientras unos buceadores se sumergían bajo sus pies. Al rato, mientras yo me imaginaba cómo era posible la existencia de aquella criatura, se dio cuenta de que lo observaba y, con la naturalidad de quien conversa con un viejo amigo, empezó a hablarme. Llevaba muchos años allí quieto, por lo que conocía muchas historias de personas que se habían acercado a él sin percatarse de su presencia.

Me contó varios relatos como, por ejemplo, el de una pareja que juró su amor en secreto cerca de donde yo estaba, pero que murió entre golpes, empujones y caídas cuando sus familias, que se oponían a su amor, la descubrieron. Me habló de unos amigos que, tras acabar sus estudios, decidieron emborracharse y probar a saltar desde su cabeza. También me describió a un antiguo rey que había llevado en barco a su joven amante para matarla y acallar rumores sobre el malestar de su matrimonio o la disputa entre dos hermanos que acabó con los dos bajo el agua.

Pese a la muerte que había en sus historias, su manera de contarlas, casi orgulloso de ellas, resultaba cautivadora. Durante horas llenó mi cabeza de imágenes de tiempos pasados y no me di cuenta, ni de que los buceadores hacía rato que se habían marchado, ni de que había oscurecido ya. El camino por el que había bajado a la cala era complicado a plena luz del día por las numerosas piedras sueltas y agujeros.

Me despedí con la promesa de volver y empecé a caminar. Apenas podía ver dónde pisaba, por lo que tenía que tener mucho cuidado para no resbalar. Al poco rato empecé a angustiarme, quería ir más deprisa y salir rápido de allí. Casi resbalé con una piedra. Se me secaba la boca y se aceleraba mi corazón mientras notaba mi respiración entrecortada. Al final, muy nervioso, tropecé, me golpeé en varias partes del cuerpo, y acabé en el fondo de un agujero muy magullado. No podía mover la pierna izquierda, me dolía mucho, creí que me había roto un hueso. Empecé a gritar mientras buscaba con las manos algo a lo que agarrarme y salir. Pasaron las horas. No veía nada, no había luz y no encontraba más que tierra y piedras a mí alrededor. No sé cuánto tiempo pasó hasta que desistí sumido en la oscuridad mientras, a lo lejos, escuchaba la risa del gigante de piedra, quien seguro sonreía al tener una nueva historia que contar.