Siempre creí que era un creyente, que Dios estaba en todo y en todos. Primero creía ciegamente en la Iglesia Católica, institución de la cual me fui desarraigando poco a poco al ver la historia que la precedía, la opresión que ha ejercido sobre las personas, las limitaciones a las que la ha sometido y lo poco evolucionada que estaba en comparación al resto de la civilización. ¿Cómo poder creer en la Casa de Dios si tengo la impresión de que no nos permite ser libre y de que tenemos que temer a Dios? Primera gran crisis de fe. Así que me hice cristiano no practicante, con la fe ciega de que un ser superior a todos, velaba por nosotros, y que dentro de su infinita sabiduría, tenía un plan para cada uno de nosotros. La juventud me llevó a plantearme que cada cosa que me pasaba, buena y mala, era parte de un gran plan que lo abarcaba todo, algo que escapaba a mi comprensión, pero que estaba ahí. Si algo malo sucedía, era porque después tenía que venir algo bueno, o para que aprendiera de ello, o para que otros pudieran hacerlo, pues todos estábamos conectados. Un pensamiento que te lleva a rozar la locura, teniendo en cuenta que crees que no eres responsable de todo lo que te sucede ¿acaso soy solo un engranaje de una gran máquina que no sé ni para qué sirve?
Por lo que empecé a pensar que tal vez había equivocado el mensaje divino, y cambié lo de “los caminos del señor son inescrutables” por lo de “el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios”. Lo que me llevaba a pensar que, tal vez, la historia de Jesús no relataba tanto la divinidad de un único hijo de Dios, sino la que todos llevamos dentro, pensando que cada uno podía llegar a ser una gran persona. Y como por arte de magia cayó en mis manos un libro sobre budismo, que relataba su doctrina que, grosso modo, cambiaba la veneración a un dios por la veneración a la realización de la persona. Segunda gran crisis de fe.
Pero ¿acaso era incompatible una cosa con la otra? ¿No podía el budismo hablar de la realización personal y yo incluir a la figura de Dios en el mensaje? Lo tenía claro, quería mejorar como persona, porque no solo iba a hacer que me sintiera mejor, sino que también me acercaría a Dios. Entonces descubres que siendo buena persona la gente se aprovecha de ti, te utilizan, y ni siquiera te dan las gracias. Trabajas más y mejor que nadie, pero ni te pagan mejor, ni te lo reconocen. Eres el colega perfecto, que siempre pone lo que le falta al resto, se encarga de recordar fechas de cumpleaños, de comprar regalos, de montar cosas, pero cuando no lo haces tú, nadie lo hace y se quejan si no has sacado tiempo, o quedan, olvidándose de ti. Las chicas siempre te llaman, para contarte sus penas, te ven como el tipo genial que eres, que toda suegra querría tener como yerno y la clase de chico que ellas querrían querer, pero no lo hacen, y se aprovechan de tus buenas maneras.
Pero, si tienes suerte, llega alguna cosa que hace que todo este calvario merezca la pena. Un ascenso, un reconocimiento, una fiesta sorpresa por tu cumpleaños o una rubia maravillosa que te quiera como eres. Y todo se vuelve de color de rosas, haber mejorado como persona ha valido la pena, te sientes completo, feliz, y le das gracias a Dios por haberte colmado de dicha. Pero un día todo se desvanece, y viene la tercera y última gran crisis de fe.
Si existe Dios, algo tengo que haber hecho para que no le caiga bien, pero prefiero pensar que he pecado de tonto y confiado, esperando las acciones de una fuerza divina. Y poco a poco te das cuenta de que da igual lo que hagas, o cómo lo hagas, sólo tú eres responsable de tus actos. Si hay un plan, no lo entiendes. Si ser mejor persona sirve de algo, no lo ves. Y para cuando mueras, y puedas disfrutar de todas las promesas sobre el Cielo que te hicieron en vida, ya estarás muerto y habrás pasado una larga vida de penas y sufrimientos…